Viajando a «Venecia»

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Hay momentos en los que el magnífico paisaje de Venecia parece pintado. Sucede cuando en una esquina, en un minuto, la luz rebota sobre esta ciudad imposible o atraviesa la bruma o algo que debe haber en el aire, y entonces, ahí está: un pincel hizo estos trazos con el óleo de los dioses y decidió que su obra tendría que deslumbrar por siempre a la humanidad, pero la condenaba al mismo tiempo a permanecer en vilo, aterrorizada ante la idea de que un día, ojalá nunca, toda esta belleza pudiera quedar sumergida en las aguas que lamen desde entonces los bordes de este lienzo único.

¿Cómo debe el viajero adentrarse en Venecia?
Con tiempo, quizás sea uno de los pocos consejos dignos que puedan darse, porque parece no haber rincón de esta ciudad que no merezca ser visto por el visitante. La “experiencia Venecia” es una y muchas, es tantas como quieran cada una de las 14 millones de personas que llegan a ella todos los años seducidas por la bien ganada fama de su esplendor.

Levantada sobre un mosaico de más de un centenar de islas en medio de una laguna alimentada por el Adriático, quizás se pueda empezar a admirar a la ciudad desde sus cimientos: en realidad esas “islas”, o al menos muchas de ellas, no eran más que bancos de lodo que requirieron un enorme esfuerzo y el desarrollo de una gran inventiva para hacerse aptos para la construcción.

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¿Y quiénes eran esos que insistieron en asentarse en semejante lodazal?
Venecia es primero hija de la necesidad. Luego, claro esta, se transformaría en el imperio del león alado y centro de lujo y derroche. A esos islotes llegaron los pobladores de la región del Véneto (Norte de Italia) huyendo de la devastación de los guerreros godos que avanzaban en su camino a Roma. Y así, de aquellos barros, el paso del tiempo hizo surgir estos palacios…

Las guías de viaje suelen coincidir en que es poco lo que ha cambiado del trazado y el perfil urbano de Venecia en los últimos 500 años. Y sólo hay dos maneras de recorrerla: caminando y navegando. Esa es la primera pregunta que debe hacer el recién llegado apenas al bajarse del tren en la estación Santa Lucía y recibir, de una vez y sin preámbulos, el golpe y la impresión de

estar ahí, en ese escenario que forma parte del imaginario colectivo de buena parte del mundo.

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Cuando sólo era posible arribar a ella por el mar, las columnas de San Marcos y San Teodoro marcaban la entrada a la ciudad (y también la salida de los desterrados, así que no hay que caminar entre ellas). Dividida en seis sestieri (distritos), el de San Marcos siempre ha sido el corazón de Venecia y allí están, firmes, las columnas a un costado de lo que alguna vez Napoleón calificó como “el salón más elegante de Europa”: la plaza San Marcos.

Ese es, entonces, el punto que por instinto busca el viajero en su primera vez: la meta es la célebre piazza –la misma, claro, de las fotos con las palomas- donde encontrará la soberbia basílica en la que reposan los restos del santo –salvados milagrosamente del incendio del año 976 y reaparecidos en 1904- y el grandioso Palacio Ducal. El río humano camina en esa dirección, y es justo en este momento cuando quien no está hospedado en Venecia debe responder la interrogante: ¿a pie o en barco? Lo que hay que considerar es lo siguiente: cómo quiero regresar a la estación de tren luego de andar durante horas y horas, ¿andando o navegando?

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Cualquiera de las opciones funciona. Se llega a San Marcos caminando por una ruta alucinada de callejuelas que de pronto desembocan en pequeñas plazas o en sorpresivos parques, avanzando con lentitud y asombro entre verdaderas joyas arquitectónicas, entre mercaderías de toda ralea y restaurantes a la caza de turistas. O se ll

ega por la que desde el siglo XV quedó bautizada como “la calle más bella del mundo”.

Que nada tiene, ya se sabe, de calle: es el gran canal, que ha sido desde la propia fundación de lo que fue el imperio veneciano la principal vía pública de la ciudad. Para circular por el gran canal hay taxis, costosos paseos en góndola y la que quizás sea la mejor opción, el vaporetto; al que bien se puede describir como el autobús que recorre Venecia a lo largo de los casi cuatro kilómetros del canal.

Para la primera vez el vaporetto es –y nunca dejará de serlo realmente- la mejor manera de apreciar, lentamente, la sucesión de palacios y sus mejores caras: las que dan al agua. Esta hilera de palacios construidos en un período de 500 años fueron concebidos para recibir a sus dueños –la añeja aristocracia- que llegaban a ellos por esas mismas aguas que hoy surcan los vaporetti y descendían directo a esta galería de estilos bizantino, gótico, renacentista y barroco que parecen flotar ajenos al paso del tiempo.

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No hay manera ni de describir ni de enumerar en este espacio lo que ofrece Venecia. Esta es una ciudad que no se puede despachar señalando un monumento aquí y otro allá, o un museo imperdible y una plaza. Toda Venecia es como un museo. Tod

a Venecia es una postal que ninguna fotografía, por buena que sea, alcanzará jamás a contener. Y la primera vez es un flechazo: el despertar de la ansiedad por pretender abarcarla toda, por absorberlo todo, por saber todo de ella. Por volver algún día a ver el sol de media tarde despertando los colores de la catedral de San Marcos desde el lujo de un asiento en el legendario café Florian o en algún rincón modesto, compartiendo un chianti, mirando a lo lejos la cúpula de la iglesia de Santa María della Salute y más cerca, los cruceros siendo remolcados hasta el mar mientras te abraza la mujer que amas y decides que la primera no será la última vez.

A tomar en cuenta

  • Conviene llevar una buena guía para apreciar y entender mejor los lugares que sorprenden a cada paso. La de Venecia y el Véneto de El País-Aguilar es una opción excelente y detalla los principales palacios en la ruta de l gran canal.
  • Si el presupuesto es estrecho, una buena opción para esquivar el costo de los hoteles venecianos es alojarse en la vecina Mestre, situada a pocos minutos en tren y autobús de Venecia. O mejor aún, un poco más allá, en la hermosa y apacible Treviso, a 25 minutos en tren.
  • Tomar calles al azar es fabuloso cuando se tiene tiempo, pero si sólo se dispone de un día lo mejor es preparar un recorrido por los sitios de mayor interés.
  • La Basílica de San Marcos, construida entre 1063 y 1094 luego que un incendio destruyera la primera edificación que albergaba los restos de San M arcos, es de visita obligada y detenida: desde su planta de cruz griega hasta las alturas del llamado Museo Marciano donde están (en el interior) los imponentes caballos de bronce traídos como botín desde Constantinopla en 1204 y sus réplicas en el exterior con una gran vista de la piazza.
  • El Café Florian, bajo las arcadas de San Marcos, es un clásico: fue fundado el 29 de diciembre de 1720 y es el café más antiguo de Italia. También es posible que sea uno de los más caros del país en el que, además, se cargan a la cuenta 5 euros por persona si hay música en vivo. Otra leyenda es el Harry’s Bar, el lugar donde se inventó el bellini y sitio de peregrinación de gringos que andan tras los pasos del fantasma de Ernest Hemingway, quien fuera asiduo del local. Caro, pretencioso y sin vista a la ciudad.
  • En la zona del Cannaregio, un paseo interesante es el ghetto, un apacible barrio donde se constituyó, a principios del siglo XVI, el primer gueto judío. S.E

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